martes, 10 de julio de 2007

Algo bonito.

Huyendo de la arquitectura tan “especial” del levante uno se puede refugiar en Altea. Es un pueblo en lo alto de una montaña, lleno de casas de color blanco. En él hay dos cosas que llaman la atención: una es el hecho de que desde muchas calles se puede ver el mar de un color azul muy vivo. La otra es el restaurante ¿japonés? llamado “El Gaucho”, en el que se puede saborear comida italiana. Mientras comes (muy bien, por cierto) puedes ver a las hijas de una japonesa, camarera y , probablemente, propietaria, que colorean un cuadernillo de “Hello Kitty” y juegan escaleras arriba, escaleras abajo. Al final del banquete estupendos postres y las hojas coloreadas, más estupendas si cabe.